miércoles, 23 de abril de 2014

Al fin estaba en casa

                                                                     I

En aquel momento el sonido fue precedido por un silencio espectral, expectante, la calma antes de la tempestad, a la espera de qué sucedería.

Un silbido frío, la cruda realidad cargada de odio contra el caparazón de una envoltura distante y frágil, casi más que la vida misma.

Levanté los brazos, desafiante, abriendo los ojos ya sin miedo. No quedaba nada que me he hiciese sentir algo. Sólo era yo, sólo quedaba yo.

Noté una punzada, casi una caricia, respondiendo a mi ruego, devorándome con sus besos agrios, mientras la risa rota de una muñeca hueca se llevaba consigo la paz interior que me quedaba.

No cerré los ojos en ningún instante, pero fueron ellos los que acabaron cerrándose a mí. Buenas noches, quise decir, buenas noches.
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Inhalé la negrura voraz del cigarrillo como quien respira por última vez antes de dejarlo caer y aplastarlo con mis viejas deportivas, que habían vivido tiempos mejores. Retuve el humo en mi interior entrecerrando los ojos antes de expulsarlo con pesar para pasar a contemplar el reloj oscuro que lucía en la muñeca izquierda. Iba bien de tiempo.

Mientras me peinaba aquella desastrada mohicana negra que decoraba mi rostro una madre pasó con su hijo menor junto a mí y, asustada ante lo que sus ojos veían, tiró de él con fuerza y firmeza para lograr salir de mi vista lo antes posible. Probablemente se preguntaba qué hacía allí alguien como yo. No era la única, yo aún no había encontrado una respuesta sensata.

El metro llegó en ese momento y, en vez de dejar salir a los que se encontraban en su interior, me escurrí entre ellos y me dejé caer en el primer asiento que encontré, sintiéndome agotado.

Mientras la gente entraba recibí un mensaje, un "¿Dónde estás?" que leí rápidamente y me tomé mi tiempo en responder. "Cerca" escribí antes de guardar el teléfono de nuevo.

Una chica gótica o de algún rollo raro de esos se sentó junto a mí y, tras mirarme sagazmente, se abandonó en su música chirriante y oscura. Yo, sabiéndome extrañamente atractivo y aburrido en aquel movimiento indefinido que trazaba el metro por las vías, me decidí a molestarla un poco. Comencé por quitarle el auricular.

-Hola bicho raro.-Sonreí sacando los dientes mientras ella me miraba, como decidiendo que no lo era mucho más que yo.

-Molestas, ¿sabes?

-¿En serio? Si yo sólo quería hacerte un favor.

Ella enarcó las cejas.

-Tengo contactos.-Susurré sin perder la sonrisa.-Ya sabes, de pastillas y eso.

-Creo que no me captas.-Dijo ella con su voz desgarrada.-No me van esos rollos.

-Vaya, entonces eres más de suicidios colectivos, lástima.-Ladeé la cabeza.-No te puedo ayudar, pero ánimo con eso, al fin y al cabo la vida da asco.

-Nadie te ha pedido que trates de ayudarme.-Me miró fijamente.-No juzgues, podrían hacerlo contigo también.

-Adelante.-No perdí mi buen humor.-Aún me queda un poco de tiempo.

Me sostuvo la mirada durante unos instantes, probablemente dudando entre si bromeaba o no.

-Bien, supongo que esa cicatriz en el pómulo te la hicieron en una pelea callejera y ese tatuaje que asoma bajo la camiseta en el hombro y ese collar macarra no son más que para imponer.

-Buen intento chica deprimida, pero te dejaré con la duda.-Me levanté y le guiñé un ojo.-Es mi parada.

Tras un adiós malhumorado salí del vagón sin mirar atrás y me adentré en el triste barrio de paredes grises, repletas de graffitis dejando a modo de despedida un desgarrado sentimiento de colores mojados. Caminé por las calles vacías rodeando el barrio por fuera para llegar al antiguo cauce del río, ahora ya seco, donde me esperaban.

Me picaba la cicatriz del pómulo, y me alegré de que al menos en eso la chica de negro no hubiese acertado. A veces las amistades eran más caras que un par de navajazos contra aquellos chulos del barrio de al lado.

-¡Rock!-Una risita descontrolada me sorprendió con sus modales descuidados.

Estaba loca, pero era la más guapa de todas, con sus cabellos rojos como el fuego y aquel pañuelo negro atado entre ellos a modo de diadema. Saltó a mis brazos aquella sirenita de modos bruscos y me mordió la boca con su sonrisa afilada.

-Hola Ari.-Sonreí mientras escuchaba voces coreando mi nombre.

Efectivamente, tras la chica de chaqueta vaquera desgastada bromeaba un numeroso grupo de gente joven.

Al fin estaba en casa.

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