domingo, 2 de noviembre de 2014

prólogo


Habíamos estado tirados en el sofá muchas veces. Tardes, noches enteras. Mañanas de resaca, de cruasanes partidos a trozos por la mesa del salón y cafés calientes. Me había mirado a los ojos, como sólo él lo hacía, y había visto la risa de la nostalgia asomarse entre las lágrimas de la mala vida. "¿Te imaginas?" Preguntaba siempre. "¿Cómo será estar ahí arriba? Con millones de personas frente a ti, cantando tus canciones." Yo siempre le escuchaba pacientemente. Qué otra cosa podía hacer. Me dejaba besar por las caricias de su voz ronca que mascaba las palabras en su boca, golpeando contra sus dientes el sabor agridulce del que tiene preguntas pero no sabe si algún día encontrará respuestas. Se nos daba bien eso. Nos poníamos a gatas cada domingo sobre la alfombra y hacíamos una lista de cosas que querríamos hacer antes de morir. Como si jugásemos con nuestra cuenta atrás, como sabiendo cuánto nos quedaba. En qué momento exacto de nuestras vidas podríamos realizar todas y cada una de aquellas cosas. Teníamos tantas preguntas, y tan pocas respuestas. Es lo que suele pasar cuando el amor te late, desgastado, contra las costillas. Supongo que nunca podré contestar a todas sus interrogantes. Quizá ni él mismo pueda. Pero sí que hay algo a lo que podré responder. No sé qué se sentirá al estar ahí arriba, sobre un escenario, con todo ese alcohol en vena, y la adrenalina atenazando tu piel, mientras todas esas personas corean tus letras. Pero sí hay algo que sé, y que sé que no olvidaré. Y es el cómo te sientes cuando, entre todos esos millones de personas, sólo están cantando para ti. Y con eso, tacho tu nombre y arranco la página, que los borrones en mi lista empiezan a ser largos si tienen cerca tu firma.
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miércoles, 30 de julio de 2014

Nos miramos con una sonrisa. La primera de muchas.

VIII

Aún me acordaba de la primera vez que pisé la calle de la luz. Tenía catorce años y mis amigos me acompañaban. Montoro, el más alocado del grupo, había ingresado en la banda unas semanas antes y nos había convencido para conocer aquel mundo. Siendo sincero creo que realmente nadie deseaba ir, pero es lo que tiene la presión de grupo. Nos recibió Fede, con su sonrisa bífida, con su cabello rapado al cero y sus tatuajes decorando todo su cuerpo. Más que asustarnos nos hizo sentir curiosidad. Curiosidad por saber qué clase de loco haría algo así. Él, estaba claro. Recuerdo las primeras pruebas, las peleas, las noches llegando a casa bañado en sangre... todo por conseguir aquella bandana que nos marcaba de por vida. Recuerdo los primeros tatuajes que nos hicimos todos, en el hombro, en la espalda... yo lo dejé en dos pero muchos de ellos continuaron. Pero no fue hasta la muerte de Montoro cuando me di cuenta de la locura en la que estaba envuelto. Tanto que ya no sabía cómo volver atrás, se había borrado el camino que había antes de ser un pandillero.

Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos. Con un poco de suerte aquel sendero volvería a dibujarse.

En la calle de la luz, no demasiado lejos de la farola principal, vislumbré una figura escurridiza y decidí aproximarme.

-¿Jorge?-Pregunté recordando los datos que Fede me había proporcionado.

-¿Quién eres?-Su voz sonaba desesperada y comprendí inmediatamente que las drogas habían hecho mella en él.

-Soy Rock.

-Rock.-El hombre salió de entre las sombras y me encontré cara a cara con un rostro demacrado y un cuerpo delgaducho recubierto por una vieja manta verde.-Rock, Rock, Rock.

Empezó a repetir mi nombre, riendo, dando soporte a mi teoría de que aquel hombre era un colgado.

-Sí, tienes que pagarme.

-Pagar, pagar, pagar.-Siguió repitiendo, esta vez con cara de preocupación y mirando a su derecha e izquierda frenéticamente antes de salir huyendo hacia uno de los lados.

Furioso por aquel contratiempo, me dispuse a seguirle sabiendo que no sería difícil alcanzarle. No me equivocaba. Lo atrapé en su carrera por escapar de mí y le empujé contra la pared, deseando terminar aquello cuanto antes.

-Debes dinero a mi gente Jorge, quiero la pasta.-Saqué la pistola del bolsillo y la puse junto a su sien.

-Pagar, pagar, pagar.-Repetía él, cada vez más deprisa.

Le puse la pistola más cerca, en un intento por intimidarle.

-¡El dinero!-Exclamé, chillando.-Dámelo Jorge.

-No tengo.-El hombre comenzó a sollozar, pero no me detuve ante ello.

-¡Dámelo!-Le golpeé con brusquedad contra la pared, intentando hacer que reaccionase.-Dámelo o disparo, tienes tres segundos Jorge.

-No, no, no.-El hombre siguió sollozando, desesperado, mientras trataba de deshacerse de mí.

-Uno.-Comencé la cuenta atrás, apretándole cada vez con más fuerza.-Dos.

-No tengo, no tengo.-Siguió repitiendo él como si de un mantra se tratase.

-¡Tres!-Furioso, bajé el arma hacia su pierna y apreté el gatillo. Y esperé. Y esperé. Y seguí esperando. Y lo único que se escuchó fueron unos aplausos procedentes de detrás de mí.

-Enhorabuena Rock.-De entre las sombras apareció Fede.-Veo que no has perdido tus facultades.

Solté al vagabundo, que cayó al suelo, y me volví hacia el líder de la banda.

-No estaba cargada.-No era una pregunta, era un hecho que todavía no era capaz del todo de creerme.

-Tenía que averiguar si podía confiar en ti.-Él se encogió de hombros, tranquilo.-Y al parecer no puedo.

Fede se dio media vuelta y de entre las sombras sacó la cabellera pelirroja de Ariadna y sus ojos pidiendo clemencia, sujeta y maniatada entre las garras de uno de sus servidores.

-Ella no estaba en el trato Rock, creí que lo habíamos acordado.-De un empujón tiró a mi chica al suelo.-He dejado ir a tu familia, pero a ella no la pienso dejar marchar.

Miré a mi novia, que se retorcía, llorando, intentando hablar pero siendo incapaz por la mordaza que habían colocado en su boca.

-Y además.-Fede continuó hablando.-Tendrás que pagar por esta desobediencia Roque.

Me quedé quieto mientras veía como sacaba una pistola y me apuntaba con ella.

-La sangre, con sangre se paga.-Dijo Fede.-Eres igualito a tu padre Rock, igualito... él también quiso marcharse, ¿sabías? pero en esa época yo tenía asuntos graves entre manos. La policía los descubrió, pero tu padre fue culpado por ellos.

Miré a aquel loco de ojos enrojecidos mientras me contaba una historia que, aunque él no fuese consciente, yo ya sabía.

-Y ahora va a suceder lo mismo contigo, sólo que pienso cortar este problema de raíz.-Fede rió enseñando sus dientes amarillentos y torcidos.-¿Un último deseo?

Recordé lo que Garfio me había dicho aquella mañana.

-La libertad tiene un precio.-Dije, intentando no perder aquella seguridad que en realidad no sentía.-Supongo que alguien tiene que pagarla.

Fede sonrió, contento por la explicación.

-No podrías haber elegido unas palabras mejores.-Susurró, antes de que un sonido silbeante rugiese del interior del revólver, precedido por un silencio espectral.

Levanté los brazos, desafiante, abriendo los ojos ya sin miedo. No quedaba nada que me he hiciese sentir algo. Sólo era yo, sólo quedaba yo.

Noté una punzada, casi una caricia, respondiendo a mi ruego, devorándome con sus besos agrios, mientras la risa rota de una muñeca hueca se llevaba consigo la paz interior que me quedaba.No cerré los ojos, pero ellos se cerraron a mí. Era su modo de decirme que descansase.

Pero mis oídos no fueron tan benignos. Escuché un grito, un chillido, otro disparo, mientras yo me sentía desfallecer antes de que unas manos suaves me acariciasen el rostro.

-Rock, Rock.-La voz de Ariadna fue el incentivo que necesitaba para volver a abrir los ojos.-¿Estás bien?

Con su ayuda conseguí incorporarme, sin entender qué era lo que había sucedido exactamente. Tras intentar no mirar la herida sangrante que lucía en la pierna derecha, reparé en que el cuerpo de Fede y el de su subordinado yacían en el suelo, deshechos en vísceras. Y, entre ese desastre sin explicación, una figura paterna que nunca había tenido.

-Has venido papá.-Sonreí.

-Jamás te habría dejado en la estacada.-Me respondió él mientras tiraba el revólver al suelo.

-¿Es tu padre?-La cara de asombro de Ariadna me hizo sonreír.-¿No estaba en la cárcel?

-Su caso fue aclarado a su favor hace un par de meses, pero sabían que su vida correría peligro si la gente se enteraba así que ha estado en protección de testigos durante todo este tiempo.

-¿Cómo lo averiguaste?

-Yo estaba con mi hermano.-Contestó mi padre.-Y contactamos con él en cuanto pudimos. Teníamos miedo de que Fede se enterase de que ya no estaba en la cárcel y lo pagase con Roque, así que decidimos hacer lo posible para sacar a mi familia de aquí.

Ariadna parpadeó, confusa.

-¿Guardabas todo esto en secreto?-Me preguntó.

-Era la única opción. Ahora vamos a salir de aquí.

Nos miramos con una sonrisa. La primera de muchas.


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"Me hubiese gustado escribirte una carta de verdad, de esas que empiezan con un 'Querido Oliver', pero cuando te imagino leyendo esto soy incapaz de escribir cosas así, porque sé que te reirías de mí. Tengo muchas cosas que decirte, y pocas palabras para escribirte. Siempre hemos sido chicos de pocas palabras y muchos cigarros, y lo sabes, pero eso no quita que seamos grandes. Porque lo somos Oliver. Sabes que nací con una idea en la cabeza, una idea que me aterrorizaba tanto que me veía incapaz de aceptarla, pero que a la vez deseaba más que nada en este mundo. Siempre he querido vivir en libertad, soy un animal salvaje, tú mismo lo has dicho muchas veces. Y en cambio tú no, y quizá por eso te admiro. Alguien como tú es imposible de olvidar Oliver, y prometo no hacerlo jamás. Cuando leas esto ya estaré, para bien o para mal, lejos de aquí, libre. Pero tú eres parte de mí, así que también lo estarás. Lo estarás siempre. Nos vemos pronto. Rock"

Oliver plegó la carta con una sonrisa.

-Maldito Rock.-Rió mientras la guardaba en su bolsillo, hablando para sí, y sacaba un cigarrillo.-Te quiero hermano.

El joven se levantó del banco y caminó por las calles grises, viéndolas con un poco más de color que de costumbre. Llevaba toda la vida aceptando el hecho de que su mundo era aquel, pero resultaba que finalmente la libertad había decidido alcanzarle.

domingo, 13 de julio de 2014

Por suerte tú naciste libre.

VII

Cogí la carta de mi padre y la guardé junto al revólver en los bolsillos interiores de mi chaqueta antes de decidirme a salir de casa. Antes de ello me crucé con la mirada insegura de mi madre, quien recogía nuestras pertenencias con ayuda de mi hermana y las metía en cajas de cartón.

-¿Estás seguro de que todo saldrá bien Roque?-Me preguntó de nuevo.

-Lo prometo, vosotras estar a las doce en la estación, alguien os estará esperando allí.

-Pero tú también vendrás, ¿verdad?-Preguntó entonces mi hermana de once años mientras se ponía el corto cabello tras las orejas.

-Claro que sí princesa.-La besé en la frente antes de alborotarle el pelo.-No os preocupéis, todo va a ir bien.

-Eso espero.-Las palabras de mi madre fue lo último que escuché antes de salir de mi casa, probablemente para siempre.

Caminé por las calles, mirándolas por última vez, viéndome a mí mismo años atrás con mis amigos, riéndonos, creciendo... y llegando a la oscura época en la que todos aquellos que conocía comenzaron a beber y a colocarse, a perderse por las esquinas con las armas cargadas, como locos por unos gramos... y finalmente veo a los pocos sanos que quedábamos, con nuestras bandanas negras como si fuesen banderas, como si fuesen tesoros. Y luego estaba yo, conociendo a Ariadna, con su risa descontrolada y sus rizados cabellos siempre alborotados, aquel primer beso, aquellos primeros días. También veo a Oliver fumando en el parque, siempre esperándome, siempre esperándome...

Me senté en el banco que estaba perdido entre los árboles verdes, lo único que coloreaba aquel mundo gris, y encendí un cigarrillo mientras, por primera vez, era yo el que esperaba a mi amigo. No entendía bien por qué el no quería venir conmigo, o al menos intentarlo, marcharnos... "No puedo prometerme contigo, no me he pasado a la otra acera aún, tío" bromeó cuando le llamé para contarle lo de Ariadna. Le echaría de menos.

-Hola hermano.-Su sonrisa se leía con cada una de sus palabras, siempre esa media sonrisa llena de esperanza.-¿Qué tal tu último día en el reino de las tinieblas?

Reí mientras él se sentaba junto a mí.

-Como siempre.-Me encogí de hombros.-Por eso supongo que me asusta. Algo debería haber cambiado, pero todo sigue igual.

-Nada sigue igual.-Dijo mientras me quitaba el cigarro y le daba un par de caladas.-Y nada va a ser igual, lo sabes.

-Lo sé.-Suspiré mientras asentía con la cabeza y sacaba la carta de mi padre del bolsillo de mi abrigo.

-¿Qué es?-Preguntó Oliver mientras soltaba el humo.

-Una carta, de mi padre.-La dejé sobre mi regazo mientras rebuscaba en los bolsillos y sacaba el mechero.

-Pero no me dijiste que...

-Sí.-Cogí la carta y, con el fuego del mechero, prendí una esquina.-Por eso, quiero empezar dejando atrás las cosas.

El fuego comenzó a engullir el sobre y fue entonces cuando lo solté, dejando que el viento se lo llevase.

-He traído otra.-Dije mientras sacaba unas hojas y se las entregaba.-Por si no sale bien.

Mi amigo no me mintió diciéndome ningún "tranquilo, irá bien" como haría cualquier otro, simplemente asintió mientras la cogía y se la guardaba. Él me entendía mejor que nadie.

-¿Estás seguro de que no quieres venir?

-Este es mi hogar Rock, nací pandillero.-Él me miró con sus ojos verdes.-Por suerte tú naciste libre.

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No sabía si aquella sería la última vez que le vería, así que observé su figura entrecortada por las ramas de los árboles que se balanceaban al ritmo del blues infinito del viento, sabiendo que jamás encontraría a una persona semejante.

Intenté apartar aquellos melancólicos pensamientos de mi mente y di media vuelta para ir al cauce del río donde había quedado con mi sirenita. Aún no tenía claro si mi plan iba a salir bien o no, no sabía si conseguiría acabar con la que fuese mi tarea aquella noche y marcharme de allí, huir lejos, lejos, donde nadie fuese capaz de alcanzarme.

-Rock.-La voz de Ariadna, de normal alegre y cantarina, tenía hoy un retintín amargo que quedaba marcado en la seriedad de sus facciones.

-Hola preciosa.-La rodeé con mis brazos y ella hizo lo mismo, quedándose quieta, pegada a mí, respirando mi aire, acompasando latidos, hasta que decidió que era suficiente.

-Repíteme qué tengo que hacer.-Pidió mientras toqueteaba, nerviosa, los bolsillos de su vaquero.

-Estar a las doce en la estación, mi familia estará allí, coge todas las cosas que puedas y escápate.-Ella se quedó quieta un instante para mirarme.-Será complicado porque Fede mandará a alguien para vigilarte, pero voy a intentar sabotearle, ¿vale?

Ella asintió, obediente.

-Tengo miedo Rock, Fede está loco.-Ariadna se colocó los mechones pelirrojos que colgaban en su cara detrás de las orejas.-Y muy obsesionado contigo.

-Lo sé, pero lo voy a solucionar todo, te lo prometo.

-Me vale con que salgas vivo.

-Siempre estaré vivo mientras me sigas queriendo Ari.
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A las diez y media en mi casa se respiraba una tensión que llenaba el ambiente. Hacía casi un año que no vivíamos con esa sensación, no desde que decidí dejar de lado a la banda, pero el volver a ella hizo que los recuerdos volviesen a mi mente, frescos.

-¿Lo tienes todo listo?-Me preguntó mi madre, que andaba de un lado a otro del salón, inquieta.

-Sí.-Dije mientras palmeaba mi chaqueta, en la cual se encontraba el arma que esa misma mañana Garfio me había dado.- ¿Y vosotras?

-Todo preparado.-Me respondió.

Asentí con la cabeza mientras suspiraba. Sabía que mi madre estaba asustada, yo también lo estaba, pero también era consciente de que, pasase lo que pasase aquella noche, ella, Lena y Ariadna se marcharían bien lejos de aquí. Mi tío Tomás se encargaría de ello.

-Voy a irme ya.-Me levanté del sofá.-Pero primero voy a decirle adiós a Lena.

Mi madre puso cara de preocupación mientras yo salía de la estancia y recorría el corto pasillo que llevaba a la habitación de mi hermana.

-Hola pequeña.-Sonreí mientras abría la puerta para encontrarme con sus enormes ojos castaños fijos en las cosas que estaba metiendo en su mochila.

-Hola Roque.-Ladeó la cabeza para mirarme, pero yo me sentí incapaz de contemplar sus ojos sabiendo lo que sucedería apenas media hora después.-¿Te vas ya?

-Sí, pero quería verte primero.-Dije mientras me sentaba a su lado en la cama.

-Estás asustado, ¿verdad? No mientas, porque a mí no puedes engañarme.

Asentí con la cabeza mientras ella enterraba su rostro en el hueco de mi cuello.

-Sí, claro que lo estoy Lena, es lo que tiene la posibilidad de no salir vivo.-Decidí no fingir más, y al aceptar la certeza de que algo pudiese ir mal noté que algo se retorcía en mí, consiguiendo romperse finalmente.-Pero vosotras vais a estar bien.

-No quiero que te pase nada.-Escuché las lágrimas y las sentí sobre mi piel, pero lejos de apartarla la abracé más fuerte. Ella era mi amuleto de la suerte.

-No pasará nada Lena, nada.

Aún seguíamos abrazados cuando mi madre entró en el cuarto y, por primera vez en mi vida, me permití volver a ser niño y llorar en su regazo siendo consolado por la calidez de su sonrisa.

lunes, 2 de junio de 2014

Toda libertad tiene su precio.

VI

Cuando llegué a casa todas las luces estaban ya apagadas, así que, para no despertar a nadie, tanteé las paredes hasta llegar a mi habitación. Cerré la puerta con cuidado y, al encender la luz, vi que mi madre estaba sentada en mi cama, esperándome.
-Hola mamá.-Dije en voz baja mientras me soltaba la bandana negra y la dejaba sobre mi mesilla de noche.
-¿Dónde estabas?-Preguntó, también sin alzar la voz.
-Por ahí.-Me encogí de hombros mientras me daba la vuelta y me ponía frente a ella.
-Cuéntamelo.-Pidió con la misma voz con la que me consolaba cuando era niño.
Sin tener demasiado claro a qué se refería, me toqueteé el cabello mientras me sentaba en la cama a su lado.
-¿Qué quieres que te cuente?-Le pregunté cuidadosamente.
-Ha venido Oliver hace un rato.-Comenzó a hablar.-Dice que te proteja o acabarás como tu padre... Quiero saber a qué se refería.
-No soy papá, no acabaré en la cárcel.-Parpadeé, sin saber exactamente cómo explicarme.-Simplemente voy a sacarnos de aquí.
-Eres igual que él Roque, igual.-Ella movió la cabeza suavemente de un lado a otro, y cuando la miré a los ojos vi que a duras penas podía retener las lágrimas.
-No lo soy, no le conozco, no sé nada de él.-Suspiré.-No soy él.
Ella se levantó y sacó del bolsillo de su bata un sobre amarillo.
Lo cogí delicadamente y lo sostuve entre mis manos, sin saber qué hacer o qué decir.
-No voy a juzgarte ni a decirte qué debes hacer.-Me dijo.-Simplemente léelo.
Dio media vuelta y salió de mi habitación dejándome allí, con aquel sobre que crujía silenciosamente entre mis dedos que lo volteaban una y otra vez, cuando mi móvil comenzó a pitar. Dejé el sobre en la mesilla de noche y cogí el teléfono con ambas manos, que temblaban casi al ritmo de mis latidos.
-¿Roque?
-¿Papá? Papá, mañana es el día...

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-¡Roque!-Odiaba que me despertasen por las mañanas, pero aquella no era una cualquiera, y yo lo sabía. Si todo salía bien aquella sería la última mañana que pasaría en el barrio, que sería Rock, que viviría esa vida de pobreza y caras tristes y torturadas. Aquel día acabaría la vida que yo conocía.
Me até la bandana negra a la muñeca y, poniéndome sin prisas una camiseta gris, salí de mi habitación para encontrarme al enorme Garfio en medio de mi salón acompañado por mi madre. Gracias a Dios mi hermana aún dormía, yo siempre había hecho todo lo posible por mantenerla al margen de la banda, y hoy no iba a ser la excepción.
-Buenos días Rock.-El hombretón se acercó a mí y me dio la mano.
-Buenos días Garfio.-Le devolví el saludo y me volví.-Mamá, ¿podrías dejarnos solos?
Ella no dijo nada, me miró fijamente y salió de la estancia, tal y como yo le había pedido.
-Hermano, vengo aquí por orden de Fede, dice que tú ya sabes de qué va esto.-Me miró fijamente, como dudando de lo que el jefe le había dicho.
-Sí, me puso ayer al corriente.-Improvisé yo.
-Tienes que estar a las once en la calle de la luz.-Sacó entonces un revólver de los bolsillos interiores de su chaqueta y me lo tendió.-Es tu arma.
-Gracias.-Dije yo mientras pensaba dónde la podría guardar, no quería que nadie la viese.
-¿Estás seguro de esto, Rock?-Me preguntó.-Hace mucho tiempo que no trabajas para la banda.
-Casi un año.-Afirmé.-Pero hay cosas que nunca se olvidan.
-Eso espero, pero empezaste muy joven, podrías haber llegado lejos, haberle quitado el puesto a Fede.-Me dijo.-Todos nos preguntamos cómo pudiste cambiar tanto.
-Me di cuenta de que lo único que necesitaba, lo único que deseaba, era ser libre.
-Pero toda libertad tiene su precio.
-Lo sé, por eso hoy será pagado.

domingo, 18 de mayo de 2014

La mejor oferta que podía conseguir.

V


-Buenas tardes señora Vilanova.-Sonreí a la mujer de oscuros cabellos que apareció al otro lado de la puerta.

-Hola Roque, cielo, pasa, pasa.-La mujer me devolvió la sonrisa mientras se hacia un lado para que yo pudiese entrar.-Voy a avisar a Ariadna de que has venido.

Me senté en el sofá de un color marrón ya desgastado por el paso de los años mientras oía la voz chillona de mi chica preferida protestando.

-¿Qué haces aquí?-Preguntó tras salir de su habitación y entrar en la estancia en la que yo me encontraba. Iba completamente despeinada, con los cabellos rojos enmarañados y con los ojos relucientes.

-Venir a verte.

-Ya lo veo.-Dijo, furiosa, mientras cruzaba los brazos bajo el pecho.-Pero no entiendo por qué, estoy enfadada contigo Rock.

-Pero yo contigo no...-Me levanté y me acerqué a ella hasta quedarme justo en frente de su mueca de disgusto.

-Pero yo sí, márchate Rock.

Ignorándola, le aparté los mechones rojizos que caían en rizos apagados por su rostro lloroso y los coloqué en su lugar adecuado antes de mirarla a los ojos.

-Ariadna.-Suspiré, paladeando su nombre, todas las letras unidas a otras, antes de saborear sus labios también. Ella respondió al beso con la dulzura de la que sólo yo era conocedor antes de apartarse y mirarme.

-Te quiero Ari.-Admití.

-Y yo a ti.

-Lo sé.-Sonreí mientras le acariciaba el rostro.-Y por eso prometo recompensarte esta semana que he estado fuera.

-¿Cómo?-Sonrió, recuperando su típico aspecto de niña traviesa.

La miré a los ojos, esos ojos castaños que eran capaces de hacerme temblar sólo con proponérselo, y me separé un poco de ella. Pude ver como sus rasgos dudaban entre qué expresión formar cuando comencé a hablar.

-Ariadna Vilanova, ¿Querrías ser mi prometida?

Pude ver como las lágrimas se asomaban en su mirada y acababan nublando su rostro mientras ella movía la cabeza, viéndose negada de su voz.

-Pero Rock...-Comenzó a murmurar, un poco confusa.

-Puedes romperlo más adelante, si las cosas no funcionan bien. Míralo como un plan a largo plazo.-Suspiré.-Es la única manera que tengo de sacarte de aquí.

Ella parpadeó, sorprendida, pensando qué decir, cómo afrontar aquella situación.

-Sí, quiero prometerme contigo.-Acabó susurrando mientras se refugiaba entre mis brazos y yo la sostenía a duras penas.-Te quiero, te quiero, te quiero.

-Y yo a ti pequeña, y yo a ti.-La abracé más fuerte de lo que jamás había hecho antes de separarme unos centímetros de su piel para observarla. Ella me miró, y supe que no me había equivocado. Iba a ser muy arriesgado, pero aquella era la única manera de llevarla conmigo... tenía demasiadas cosas que contarle, pero ahora teníamos todo el tiempo del mundo.

 
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-Buenas noches chico de las sombras.

-Ya nadie me llama así.-Dije con la voz más seria que me vi capaz.

El hombre que me hablaba se situó junto a la farola que más alumbraba del cruce de la calle de la luz para que pudiese ver claramente su rostro. O más bien la falta de él.

-Lo sé, es que ya no eres ese chico Rock, ya no.-Se mesó la barba, pensativo, mientras me miraba.-Has cambiado mucho.

-Las personas lo hacen.-Me encogí de hombros mientras le devolvía la mirada. La verdad es que tenía un aspecto amenazante, con su cuerpo completamente tatuado, con su rostro lleno de cicatrices, con los años repartidos entre cada fragmento de su piel. Pero lo más estremecedor era su lengua, aquella que años atrás se había cortado y ahora quedaba dividida por la mitad, similar a la de una serpiente. Eso explicaba el nombre por el que Fede era llamado en los otros barrios.

-Tu padre no.-Sonrió, cruel como desde el primer día.

-No hables de mi padre.-Fruncí el ceño.-Él no está aquí para defenderse.

-Ni lo va a estar, o al menos no hasta dentro de ¿cuánto era?-Sacudió la cabeza, simulando estar pensando.-Aún le quedan quince años de cárcel, ¿verdad?

No respondí porque no era necesario.

-Pero bueno, no has venido para hablarme de eso, ¿verdad?

-No, hay cosas que tenemos que hablar, por ejemplo Ariadna.-Comencé por el tema de mi novia, ya que era más fácil de abarcar que el otro.-No quiero que vuelva a trabajar para ti.

Fede echó la cabeza hacia atrás a la vez que reía.

-Ah sí, ya recuerdo para que venías.-Sacudió la cabeza, sonriente.-No es principalmente por Ariadna, ¿a que no? Me han contado que el hermano de tu padre y tú habéis hecho negocios últimamente, negocios que conseguirán que tú y tu familia os marchéis de aquí para vivir con él, ¿no era eso?

Ladeé la cabeza, furioso porque ya estuviese al corriente de todo.

-Y supongo que pretendías ofrecerme algo para que yo lo permitiese.-Fede siguió sonriente.-Pensaste que sería fácil porque llevas un año inactivo, pensaste que yo estaría de acuerdo... y lo estaba, hasta que me he enterado esta tarde de que piensas llevarte a Ariadna. ¿Alguien más? ¿Oliver también se va contigo?

Fede rompió a reír de nuevo.

-¿Cómo se te ocurre prometerte con Ariadna? Ella es mía ahora, trabaja para mí, ha de obedecerme.

-Ella no es tuya, ella no es de nadie, no puedes tratarla como un objeto.-Respondí rápidamente.

-Ella es mía, mi trofeo, uno entre tantos Rock.-Fede sacudió la cabeza.-Pero como soy bueno, voy a ofrecerte un trato.

Levanté la mirada, atento.

-Harás un último trabajo para mí, y después de eso tú y tu familia podréis iros. Ariadna se queda.

Yo sabía que era la mejor oferta que podía conseguir, aunque no me gustase.

-¿Y si no lo hago?

-Tu hermanita entrará en activo en la banda, quiera o no.

-De acuerdo, pero quiero añadir algo al trato, que tus hombres dejen en paz a mi madre, no quiero volver a verla con moraduras.

-Eso está hecho.

-Bien, ¿qué es lo que tengo que hacer?

-Hay un hombre, Jorge se llama, que me debe dinero. Simplemente consíguelo y tráemelo. Garfio te informará de los detalles mañana.-Fede sonrió de nuevo.-No hagas como tu padre Rock, o me aseguraré de que esa herida en el pómulo te duela más que la primera vez.

sábado, 10 de mayo de 2014

Puedes conseguir cualquier cosa, o morir en el intento.

IV

Hola hermano.-Oliver se sentó frente a mí en la silla de madera del bar y se inclinó sobre la mesa para robarme un trozo de bocadillo.-Y digo lo de hermano porque parece que has entrado en razón.

Enarqué las cejas mientras daba un trago al zumo de naranja que presidía mi desayuno.

-La bandana.-Señaló mi muñeca derecha mientras masticaba.

-Hay que ser cauto.-Me encogí de hombros.-Pero sigo pensando igual, hoy hablaré con Fede.

-Volverás sangrando y lo sabes.

-No tengo nada que perder, pero sí mucho que ganar.-Suspiré.-Además tiene que aclararme algo relacionado con Ari.

-¿Cómo te has enterado?-Preguntó, curioso, mientras jugueteaba con sus gafas de sol, posiblemente robadas.

-No preguntes, ¿tú lo sabías?

-Hay mucho secretismo, pero al parecer Ariadna ha decidido subir de rango.

-¿Qué estás diciendo?-Noté como la sangre bombeaba más deprisa, casi tan furiosa como yo.

-Lo que oyes, al parecer lo ha conseguido por eso anoche no vino, tenía trabajo.

-No sabe lo que está haciendo.-Negué con la cabeza repetidamente.-¿Qué le mandaron hacer?

-Algún trapicheo supongo, querrán saber si está dispuesta a ello.

-Eso es peligroso Oliver, no debería ir jugando con estas cosas.

-Díselo a ella.-Mi amigo suspiró.-Lo hace por ti.

-¿Por mí?

-Cree que al subir de rango la valorarás más y dejarás a tu amante.-Oliver esbozó algo similar a una sonrisa.

-Está obsesionada con lo de la amante.

-La verdad es más dura que la historia que ella se ha montado.

-¿A qué te refieres?-Pregunté.

-Si te vas la dejarás aquí para siempre, hundida en este charco de barro.-Mi amigo me miró.-Y lo sabes, no puedes llevarnos a todos contigo.

-Entonces ¿realmente crees que puedo conseguir marcharme?

-Creo que puedes conseguir cualquier cosa, o al menos morir en el intento.

 
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La calle de la luz era la más conocida de todo el vecindario, especialmente desde que Fede y los altos rangos de la banda la utilizaban como lugar principal, como cobijo. Era un lugar donde podías saber de buena mano que siempre habría alguien.

Me apoyé contra la pared que quedaba fuera de aquel lugar de encuentro entre los pandilleros, dubitativo. No tenía ninguna duda de lo que quería hacer, pero era consciente de que Oliver tenía razón, era consciente de que Fede me mataría.

Miré a ambos lados de la calle antes de sacar un cigarro y, con dedos temblorosos, buscar el mechero en el bolsillo de mi pantalón vaquero. No pude respirar tranquilo hasta que lo encontré y encendí aquel cilindro que sostenía entre mis dedos. Una vez expulsé el aire, pude pensar con claridad. Oliver tenía razón, Fede y su equipo no tendrían piedad, y yo sabía que muy pocos habían conseguido marcharse. Tan pocos que podía contarlos con los dedos de una mano y aún así me sobrarían. Sólo cuatro se habían enfrentado a Fede y uno de ellos murió en el intento de huir hacia una vida mejor. Los otros tres habían acabado en el hospital pero se habían recuperado y ya estaban demasiado lejos para encontrarles.

Tiré el cigarrillo al suelo y lo pisé con las deportivas antes de soltar un suspiro. Mis acciones se basarían en lo que pasaría a continuación, y yo era plenamente consciente de ello.

Me alejé de aquella pared y me decidí a entrar en el cruce llamado la calle de la luz sin ningún motivo sensato aparente y, como siempre, encontré a unos cuantos subordinados de Fede fumando y riendo, pero carentes de felicidad. O al menos de la felicidad que yo buscaba.

-Hola Garfio.-Me acerqué al más grande de ellos, una especie de hombre armario con enormes bíceps, tríceps y todos esos músculos que aprendí en la infancia y cuyos nombres habían desaparecido ya de mi mente.

-Hola Rock, hacía mucho que no te pasabas.-Dijo con su voz grave.

-Lo sé, han habido algunas movidas y eso.-Sacudí la cabeza, quitándole importancia.

-No te preocupes, todo pasa.-Él hizo un amago de sonrisa que resultaba más bien agria.-¿Cómo es que has venido ahora? ¿Necesitas algo?

-Tenemos nuevo material.-Dijo el otro, enseñando sus dientes amarillos.-Podemos prestarte.

-Fede tiene nuevas armas.-Aclaró Garfio mirándome a los ojos.-Y nuevas cosas que vender... ya me entiendes.

-Sí, por eso quería hablar con Fede, tenemos un par de cosas pendientes.-Dije sin cambiar mi expresión facial, o al menos en un intento por no hacerlo.-¿Sabéis dónde puedo encontrarle?

-Vendrá aquí esta noche, es todo lo que sabemos.

-Gracias por la información Garfio.

-De nada hermano, a ver si te pasas más a menudo.

-Lo intentaré.

sábado, 3 de mayo de 2014

En otro mundo

III
-Buenos días dormilón.-Un cojín aterrizó sobre mi costado, haciéndome gruñir inconscientemente.-Ya es hora de levantarse.

-Déjame dormir.-Pedí con voz somnolienta.

-No, ya has tenido bastante.-Unas manos pequeñas y congeladas comenzaron a hacerme cosquillas.

-¡Para!-Reí mientras cogía aquellos delicados brazos y hacía que su dueña cayese en la cama junto a mí.

-¡Estate quieto!-Pidió con lágrimas redondeando sus enormes ojos mientras la risa estallaba en mis oídos por culpa de aplicarle el método con el que ella misma había conseguido despertarme.

-¡Rock!-Gritó riendo, haciendo que me detuviese.

-No me vuelvas a llamar así ¿me oyes?-Dije lentamente mientras veía la duda teñirse en sus ojos marrones.

-¿Por qué? Todos lo hacen.-Preguntó.

-Para ti soy Roque, ¿entiendes Lena?-Besé su mejilla con cariño.-No quiero volver a oír a mi hermanita llamándome de otro modo.

-Está bien.-Dijo ella mientras yo me levantaba de la cama.-Por cierto, la pelirroja de pelo estropajo te está esperando en el salón.

-No la llames así.

-Qué pesadito te has levantado hoy con lo de los nombres, ¿no?-Sonrió sin moverse de mi cama.

-Lo sé.-Le devolví la sonrisa antes de salir de la habitación para ir en busca de mi novia.

-Al fin.-Dijo ésta malhumorada.

-Buenos días sirenita.-Me incliné hacia ella para besarla.

-No me llames así.-Ella frunció el ceño.-No soy una cría.

-Sí que lo eres, pero eres mi cría.-Sonreí mientras volvía ponerme de pie.-¿Has desayunado ya?

-Todavía no.

-Pues levántate Ari, Joaquín tendrá algo en el bar.-Me quité la camiseta de pijama y cogí la que mi madre había dejado junto a la tabla de planchar.

-Podemos quedarnos aquí.-Ella se mordió el labio inferior mientras me miraba.

-No, nos vamos al bar, mueve ese culo que dios te ha dado y ven aquí boba.-Bromeé.

Ella no se tomó la gracia como debería, pero aún así me hizo caso y se acercó a mí.

-Yo prefiero quedarme aquí.-Susurró mientras me abrazaba por la espalda.

Quité sus manos de mí y cogí la bandana negra que me pertecía, idéntica a la que ella lucía entre sus cabellos, y la anudé en mi muñeca recordando los consejos de Oliver.

-No quieres estar conmigo porque tienes a otra, ¿verdad?-Dijo ella entonces cruzando los brazos bajo el pecho y frunciendo el ceño.

-No seas tonta Ari.-Me di la vuelta para mirarla, pero en sus ojos oscuros no se veía siquiera la duda reflejada.

-Eres un mentiroso Rock, ¡Fede tenía razón!-Gritó ella.-No me arrepiento de nada.

-¿De qué estás hablando Ari?

-¡Déjame en paz!-Chilló mientras intentaba deshacerse de mí, ya que la había cogido por los brazos.

-¡Ariadna!

Ella soltó sus brazos y me miró muy fijamente antes de dar media vuelta y marcharse.

Sacudí la cabeza confuso, mientras mi hermana pequeña entraba en el salón con su camisón amarillento y se dejaba caer sobre el sofá.

-¿De verdad estás con otra?-Preguntó con una sonrisa.-Dime que sí por favor, porque esa pelirroja se lo tiene muy creído.

-No hay ninguna otra, Lena.-Admití mientras me acercaba a ella.

-Entonces ¿dónde has estado?

Bufé antes de responder.

-En otro mundo.-Eché la cabeza hacia atrás y la moví hacia la izquierda para poder mirarla mejor. Era preciosa, con sus cortos cabellos castaños y sus enormes ojos brillantes, con esa sonrisa sincera, con esa claridad e inocencia. Toda ella era preciosa, y por eso mismo debía protegerla.

-¿En serio? ¿Y no me has traído un souvenir?-Bromeó enseñando sus dientes pálidos.

-Tendrás más que eso.-Prometí antes de levantarme y besarla en la frente.-Voy a desayunar al bar de Joaquín, si ves a mamá dile que no se preocupe, que volveré esta noche.

-Deberías tener toque de queda.-Dijo ella fingiendo seriedad mientras yo me acercaba ya a la puerta.-Esos horarios tuyos nos llevan de cabeza.

-Tú sí que me llevas a mí de cabeza, princesa.-Sonreí antes de salir de casa. Al fin libre.