domingo, 13 de julio de 2014

Por suerte tú naciste libre.

VII

Cogí la carta de mi padre y la guardé junto al revólver en los bolsillos interiores de mi chaqueta antes de decidirme a salir de casa. Antes de ello me crucé con la mirada insegura de mi madre, quien recogía nuestras pertenencias con ayuda de mi hermana y las metía en cajas de cartón.

-¿Estás seguro de que todo saldrá bien Roque?-Me preguntó de nuevo.

-Lo prometo, vosotras estar a las doce en la estación, alguien os estará esperando allí.

-Pero tú también vendrás, ¿verdad?-Preguntó entonces mi hermana de once años mientras se ponía el corto cabello tras las orejas.

-Claro que sí princesa.-La besé en la frente antes de alborotarle el pelo.-No os preocupéis, todo va a ir bien.

-Eso espero.-Las palabras de mi madre fue lo último que escuché antes de salir de mi casa, probablemente para siempre.

Caminé por las calles, mirándolas por última vez, viéndome a mí mismo años atrás con mis amigos, riéndonos, creciendo... y llegando a la oscura época en la que todos aquellos que conocía comenzaron a beber y a colocarse, a perderse por las esquinas con las armas cargadas, como locos por unos gramos... y finalmente veo a los pocos sanos que quedábamos, con nuestras bandanas negras como si fuesen banderas, como si fuesen tesoros. Y luego estaba yo, conociendo a Ariadna, con su risa descontrolada y sus rizados cabellos siempre alborotados, aquel primer beso, aquellos primeros días. También veo a Oliver fumando en el parque, siempre esperándome, siempre esperándome...

Me senté en el banco que estaba perdido entre los árboles verdes, lo único que coloreaba aquel mundo gris, y encendí un cigarrillo mientras, por primera vez, era yo el que esperaba a mi amigo. No entendía bien por qué el no quería venir conmigo, o al menos intentarlo, marcharnos... "No puedo prometerme contigo, no me he pasado a la otra acera aún, tío" bromeó cuando le llamé para contarle lo de Ariadna. Le echaría de menos.

-Hola hermano.-Su sonrisa se leía con cada una de sus palabras, siempre esa media sonrisa llena de esperanza.-¿Qué tal tu último día en el reino de las tinieblas?

Reí mientras él se sentaba junto a mí.

-Como siempre.-Me encogí de hombros.-Por eso supongo que me asusta. Algo debería haber cambiado, pero todo sigue igual.

-Nada sigue igual.-Dijo mientras me quitaba el cigarro y le daba un par de caladas.-Y nada va a ser igual, lo sabes.

-Lo sé.-Suspiré mientras asentía con la cabeza y sacaba la carta de mi padre del bolsillo de mi abrigo.

-¿Qué es?-Preguntó Oliver mientras soltaba el humo.

-Una carta, de mi padre.-La dejé sobre mi regazo mientras rebuscaba en los bolsillos y sacaba el mechero.

-Pero no me dijiste que...

-Sí.-Cogí la carta y, con el fuego del mechero, prendí una esquina.-Por eso, quiero empezar dejando atrás las cosas.

El fuego comenzó a engullir el sobre y fue entonces cuando lo solté, dejando que el viento se lo llevase.

-He traído otra.-Dije mientras sacaba unas hojas y se las entregaba.-Por si no sale bien.

Mi amigo no me mintió diciéndome ningún "tranquilo, irá bien" como haría cualquier otro, simplemente asintió mientras la cogía y se la guardaba. Él me entendía mejor que nadie.

-¿Estás seguro de que no quieres venir?

-Este es mi hogar Rock, nací pandillero.-Él me miró con sus ojos verdes.-Por suerte tú naciste libre.

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No sabía si aquella sería la última vez que le vería, así que observé su figura entrecortada por las ramas de los árboles que se balanceaban al ritmo del blues infinito del viento, sabiendo que jamás encontraría a una persona semejante.

Intenté apartar aquellos melancólicos pensamientos de mi mente y di media vuelta para ir al cauce del río donde había quedado con mi sirenita. Aún no tenía claro si mi plan iba a salir bien o no, no sabía si conseguiría acabar con la que fuese mi tarea aquella noche y marcharme de allí, huir lejos, lejos, donde nadie fuese capaz de alcanzarme.

-Rock.-La voz de Ariadna, de normal alegre y cantarina, tenía hoy un retintín amargo que quedaba marcado en la seriedad de sus facciones.

-Hola preciosa.-La rodeé con mis brazos y ella hizo lo mismo, quedándose quieta, pegada a mí, respirando mi aire, acompasando latidos, hasta que decidió que era suficiente.

-Repíteme qué tengo que hacer.-Pidió mientras toqueteaba, nerviosa, los bolsillos de su vaquero.

-Estar a las doce en la estación, mi familia estará allí, coge todas las cosas que puedas y escápate.-Ella se quedó quieta un instante para mirarme.-Será complicado porque Fede mandará a alguien para vigilarte, pero voy a intentar sabotearle, ¿vale?

Ella asintió, obediente.

-Tengo miedo Rock, Fede está loco.-Ariadna se colocó los mechones pelirrojos que colgaban en su cara detrás de las orejas.-Y muy obsesionado contigo.

-Lo sé, pero lo voy a solucionar todo, te lo prometo.

-Me vale con que salgas vivo.

-Siempre estaré vivo mientras me sigas queriendo Ari.
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A las diez y media en mi casa se respiraba una tensión que llenaba el ambiente. Hacía casi un año que no vivíamos con esa sensación, no desde que decidí dejar de lado a la banda, pero el volver a ella hizo que los recuerdos volviesen a mi mente, frescos.

-¿Lo tienes todo listo?-Me preguntó mi madre, que andaba de un lado a otro del salón, inquieta.

-Sí.-Dije mientras palmeaba mi chaqueta, en la cual se encontraba el arma que esa misma mañana Garfio me había dado.- ¿Y vosotras?

-Todo preparado.-Me respondió.

Asentí con la cabeza mientras suspiraba. Sabía que mi madre estaba asustada, yo también lo estaba, pero también era consciente de que, pasase lo que pasase aquella noche, ella, Lena y Ariadna se marcharían bien lejos de aquí. Mi tío Tomás se encargaría de ello.

-Voy a irme ya.-Me levanté del sofá.-Pero primero voy a decirle adiós a Lena.

Mi madre puso cara de preocupación mientras yo salía de la estancia y recorría el corto pasillo que llevaba a la habitación de mi hermana.

-Hola pequeña.-Sonreí mientras abría la puerta para encontrarme con sus enormes ojos castaños fijos en las cosas que estaba metiendo en su mochila.

-Hola Roque.-Ladeó la cabeza para mirarme, pero yo me sentí incapaz de contemplar sus ojos sabiendo lo que sucedería apenas media hora después.-¿Te vas ya?

-Sí, pero quería verte primero.-Dije mientras me sentaba a su lado en la cama.

-Estás asustado, ¿verdad? No mientas, porque a mí no puedes engañarme.

Asentí con la cabeza mientras ella enterraba su rostro en el hueco de mi cuello.

-Sí, claro que lo estoy Lena, es lo que tiene la posibilidad de no salir vivo.-Decidí no fingir más, y al aceptar la certeza de que algo pudiese ir mal noté que algo se retorcía en mí, consiguiendo romperse finalmente.-Pero vosotras vais a estar bien.

-No quiero que te pase nada.-Escuché las lágrimas y las sentí sobre mi piel, pero lejos de apartarla la abracé más fuerte. Ella era mi amuleto de la suerte.

-No pasará nada Lena, nada.

Aún seguíamos abrazados cuando mi madre entró en el cuarto y, por primera vez en mi vida, me permití volver a ser niño y llorar en su regazo siendo consolado por la calidez de su sonrisa.

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