miércoles, 30 de julio de 2014

Nos miramos con una sonrisa. La primera de muchas.

VIII

Aún me acordaba de la primera vez que pisé la calle de la luz. Tenía catorce años y mis amigos me acompañaban. Montoro, el más alocado del grupo, había ingresado en la banda unas semanas antes y nos había convencido para conocer aquel mundo. Siendo sincero creo que realmente nadie deseaba ir, pero es lo que tiene la presión de grupo. Nos recibió Fede, con su sonrisa bífida, con su cabello rapado al cero y sus tatuajes decorando todo su cuerpo. Más que asustarnos nos hizo sentir curiosidad. Curiosidad por saber qué clase de loco haría algo así. Él, estaba claro. Recuerdo las primeras pruebas, las peleas, las noches llegando a casa bañado en sangre... todo por conseguir aquella bandana que nos marcaba de por vida. Recuerdo los primeros tatuajes que nos hicimos todos, en el hombro, en la espalda... yo lo dejé en dos pero muchos de ellos continuaron. Pero no fue hasta la muerte de Montoro cuando me di cuenta de la locura en la que estaba envuelto. Tanto que ya no sabía cómo volver atrás, se había borrado el camino que había antes de ser un pandillero.

Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos. Con un poco de suerte aquel sendero volvería a dibujarse.

En la calle de la luz, no demasiado lejos de la farola principal, vislumbré una figura escurridiza y decidí aproximarme.

-¿Jorge?-Pregunté recordando los datos que Fede me había proporcionado.

-¿Quién eres?-Su voz sonaba desesperada y comprendí inmediatamente que las drogas habían hecho mella en él.

-Soy Rock.

-Rock.-El hombre salió de entre las sombras y me encontré cara a cara con un rostro demacrado y un cuerpo delgaducho recubierto por una vieja manta verde.-Rock, Rock, Rock.

Empezó a repetir mi nombre, riendo, dando soporte a mi teoría de que aquel hombre era un colgado.

-Sí, tienes que pagarme.

-Pagar, pagar, pagar.-Siguió repitiendo, esta vez con cara de preocupación y mirando a su derecha e izquierda frenéticamente antes de salir huyendo hacia uno de los lados.

Furioso por aquel contratiempo, me dispuse a seguirle sabiendo que no sería difícil alcanzarle. No me equivocaba. Lo atrapé en su carrera por escapar de mí y le empujé contra la pared, deseando terminar aquello cuanto antes.

-Debes dinero a mi gente Jorge, quiero la pasta.-Saqué la pistola del bolsillo y la puse junto a su sien.

-Pagar, pagar, pagar.-Repetía él, cada vez más deprisa.

Le puse la pistola más cerca, en un intento por intimidarle.

-¡El dinero!-Exclamé, chillando.-Dámelo Jorge.

-No tengo.-El hombre comenzó a sollozar, pero no me detuve ante ello.

-¡Dámelo!-Le golpeé con brusquedad contra la pared, intentando hacer que reaccionase.-Dámelo o disparo, tienes tres segundos Jorge.

-No, no, no.-El hombre siguió sollozando, desesperado, mientras trataba de deshacerse de mí.

-Uno.-Comencé la cuenta atrás, apretándole cada vez con más fuerza.-Dos.

-No tengo, no tengo.-Siguió repitiendo él como si de un mantra se tratase.

-¡Tres!-Furioso, bajé el arma hacia su pierna y apreté el gatillo. Y esperé. Y esperé. Y seguí esperando. Y lo único que se escuchó fueron unos aplausos procedentes de detrás de mí.

-Enhorabuena Rock.-De entre las sombras apareció Fede.-Veo que no has perdido tus facultades.

Solté al vagabundo, que cayó al suelo, y me volví hacia el líder de la banda.

-No estaba cargada.-No era una pregunta, era un hecho que todavía no era capaz del todo de creerme.

-Tenía que averiguar si podía confiar en ti.-Él se encogió de hombros, tranquilo.-Y al parecer no puedo.

Fede se dio media vuelta y de entre las sombras sacó la cabellera pelirroja de Ariadna y sus ojos pidiendo clemencia, sujeta y maniatada entre las garras de uno de sus servidores.

-Ella no estaba en el trato Rock, creí que lo habíamos acordado.-De un empujón tiró a mi chica al suelo.-He dejado ir a tu familia, pero a ella no la pienso dejar marchar.

Miré a mi novia, que se retorcía, llorando, intentando hablar pero siendo incapaz por la mordaza que habían colocado en su boca.

-Y además.-Fede continuó hablando.-Tendrás que pagar por esta desobediencia Roque.

Me quedé quieto mientras veía como sacaba una pistola y me apuntaba con ella.

-La sangre, con sangre se paga.-Dijo Fede.-Eres igualito a tu padre Rock, igualito... él también quiso marcharse, ¿sabías? pero en esa época yo tenía asuntos graves entre manos. La policía los descubrió, pero tu padre fue culpado por ellos.

Miré a aquel loco de ojos enrojecidos mientras me contaba una historia que, aunque él no fuese consciente, yo ya sabía.

-Y ahora va a suceder lo mismo contigo, sólo que pienso cortar este problema de raíz.-Fede rió enseñando sus dientes amarillentos y torcidos.-¿Un último deseo?

Recordé lo que Garfio me había dicho aquella mañana.

-La libertad tiene un precio.-Dije, intentando no perder aquella seguridad que en realidad no sentía.-Supongo que alguien tiene que pagarla.

Fede sonrió, contento por la explicación.

-No podrías haber elegido unas palabras mejores.-Susurró, antes de que un sonido silbeante rugiese del interior del revólver, precedido por un silencio espectral.

Levanté los brazos, desafiante, abriendo los ojos ya sin miedo. No quedaba nada que me he hiciese sentir algo. Sólo era yo, sólo quedaba yo.

Noté una punzada, casi una caricia, respondiendo a mi ruego, devorándome con sus besos agrios, mientras la risa rota de una muñeca hueca se llevaba consigo la paz interior que me quedaba.No cerré los ojos, pero ellos se cerraron a mí. Era su modo de decirme que descansase.

Pero mis oídos no fueron tan benignos. Escuché un grito, un chillido, otro disparo, mientras yo me sentía desfallecer antes de que unas manos suaves me acariciasen el rostro.

-Rock, Rock.-La voz de Ariadna fue el incentivo que necesitaba para volver a abrir los ojos.-¿Estás bien?

Con su ayuda conseguí incorporarme, sin entender qué era lo que había sucedido exactamente. Tras intentar no mirar la herida sangrante que lucía en la pierna derecha, reparé en que el cuerpo de Fede y el de su subordinado yacían en el suelo, deshechos en vísceras. Y, entre ese desastre sin explicación, una figura paterna que nunca había tenido.

-Has venido papá.-Sonreí.

-Jamás te habría dejado en la estacada.-Me respondió él mientras tiraba el revólver al suelo.

-¿Es tu padre?-La cara de asombro de Ariadna me hizo sonreír.-¿No estaba en la cárcel?

-Su caso fue aclarado a su favor hace un par de meses, pero sabían que su vida correría peligro si la gente se enteraba así que ha estado en protección de testigos durante todo este tiempo.

-¿Cómo lo averiguaste?

-Yo estaba con mi hermano.-Contestó mi padre.-Y contactamos con él en cuanto pudimos. Teníamos miedo de que Fede se enterase de que ya no estaba en la cárcel y lo pagase con Roque, así que decidimos hacer lo posible para sacar a mi familia de aquí.

Ariadna parpadeó, confusa.

-¿Guardabas todo esto en secreto?-Me preguntó.

-Era la única opción. Ahora vamos a salir de aquí.

Nos miramos con una sonrisa. La primera de muchas.


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"Me hubiese gustado escribirte una carta de verdad, de esas que empiezan con un 'Querido Oliver', pero cuando te imagino leyendo esto soy incapaz de escribir cosas así, porque sé que te reirías de mí. Tengo muchas cosas que decirte, y pocas palabras para escribirte. Siempre hemos sido chicos de pocas palabras y muchos cigarros, y lo sabes, pero eso no quita que seamos grandes. Porque lo somos Oliver. Sabes que nací con una idea en la cabeza, una idea que me aterrorizaba tanto que me veía incapaz de aceptarla, pero que a la vez deseaba más que nada en este mundo. Siempre he querido vivir en libertad, soy un animal salvaje, tú mismo lo has dicho muchas veces. Y en cambio tú no, y quizá por eso te admiro. Alguien como tú es imposible de olvidar Oliver, y prometo no hacerlo jamás. Cuando leas esto ya estaré, para bien o para mal, lejos de aquí, libre. Pero tú eres parte de mí, así que también lo estarás. Lo estarás siempre. Nos vemos pronto. Rock"

Oliver plegó la carta con una sonrisa.

-Maldito Rock.-Rió mientras la guardaba en su bolsillo, hablando para sí, y sacaba un cigarrillo.-Te quiero hermano.

El joven se levantó del banco y caminó por las calles grises, viéndolas con un poco más de color que de costumbre. Llevaba toda la vida aceptando el hecho de que su mundo era aquel, pero resultaba que finalmente la libertad había decidido alcanzarle.

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